15 de abril de 2005

Después de un rato de anemia poética, donde ni leer ni escribir me era posible, por esas particularidades del humor creativo para estancarse un día de pronto (porque leer también es crear) y dejarnos como abandonados. Esta situación me recordó lo fácil que es no ser quien uno cree ser. Hoy, en un día caluroso y nublado donde llovió toda la tarde, ya a punto de dormir, me puse a leer a Vicente Aleixandre y despertó de mi sopor al poeta que a veces he sido y me llené de versos, o mejor, exploté los versos contenidos que me estaban lastimando tanto, y las páginas se fueron llenando y esa otra voz que quién sabe de quién es, manaba imparable. Escribí nuevos poemas que poco a poco formaron una serie que titulé El libro de las búsquedas fallidas y luego corregí algunos poemas de un poemario que llamo Oscura mitad que reúne mis poemas de 1999 a 2003, hubo un momento en que me di cuenta de que el poeta de la otra voz había dejado de hablar y comenzaba a operar en mí el oficio (el incipiente oficio que he adquirido) y entonces dejé de escribir, me gusta más la voz del poeta que el del talachero.

Hace unos días, en una premiación en el INBA donde muchos van a lucir su figura de poetas, conocí a uno que me dijo "Podrán decir lo que quieran de mi poesía, pero no podrán negar que tengo oficio, soy un poeta de oficio" Yo prefiero ser un poeta de vocación y no de oficio, por eso guardé silencio y mejor escribí aquí esta perorata insufrible, todo para decir que me siento confundido y sereno y lleno de incertidumbre (buen caldo para poetizar) pero algo en el mundo es mejor, me visitó la voz de un poeta (malo o bueno, eso ya es vanidad innecesaria) pero un poeta auténtico que no tiene oficio y mucho menos beneficio.

(Aquí pongo un fragmento de lo que escribí, no está corregido ni revisado, acaso releído sin minucia, es un gusto por compartir esta impura corriente de mi sangre)

Del acontecimiento como forma del saber
De la ruta como mano de dios para guiar a los ciegos
De lo que alguna vez llamamos amor y hoy no está para pagar sus vidrios rotos
De la luna como espejo de los tontos y los devotos del lugar común
De los hombres que fueron alguna vez ellos mismos y no lo son más
De las mujeres cansadas de soportar el peso de la penetración en sus cuerpos milenarios
De lo que me duele y no he sabido librarme
Del temperamento de las calles y la rutina falible
De ti que ahora pareces existir sólo para que yo dirija estas palabras
De todo eso que nunca podrá decir mi voz y utilizo otra voz para decirlo
De mí que soy tú y yo que no soy ninguno
Y del insomnio y de la necesidad de no morir callado
Del suicidio que en el espejo que está a mi espalda parece tener labios de mujer
De todo lo que ya no soy y alguna vez tampoco fui
De lo que ya no podría seguir nombrando,
escribo aquí para aliviar tu noche más afortunada,
donde el día de mañana aún está por venir,
con los sabores que recogerás en la comida siguiente,
qué envidia, tener tanto de eso ahí enfrente,
mira como es odioso aquel
que ya sólo conoce del futuro su espalda.

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